Meditación de la danza
A partir de la obra Ojos Abiertos Ojos Cerrados, de La Otra compañía de baile.

Por Silvio Lang

¿Cómo ver una obra de danza? A ojos abiertos-ojos cerrados. Es indistinto. Se ve en una pulsación escópica de duermevela: entreabrir; entrecerrar los ojos. Una esquizia de la mirada que hace del espectador un ser anónimo; destituido de su subjetividad. Como el vigía griego tendido, con los codos apoyados en el suelo y la cabeza entre las manos, en la terraza del palacio de los Atridas. Es de noche, espera noticias de Troya para ser el mensajero de lo nuevo y ponerse a bailar. Su danza es una anunciación. O mejor: la mera enunciación. No el enunciado si no el hecho de decirlo o no decirlo o decirlo a medias y punto. La danza es así la ejecución sin más. Un más acá sin más allá que decir. Acá ¿Dónde? Donde se hace un lugar, que abre un mundo, que aparece. Suspensión de toda actividad consabida para estar ahí, expectante, y recibir lo nuevo. No tiene nombre, no. Lo nuevo no tiene nombre aún. Es una media lengua: gorjeo bárbaro, que empieza a nombrar al ser de nuevo. La danza es así la bienvenida. Comienzo neto como golpe de dados, que hace de la ejecución dancística un resplandor.
Enfrentar con los ojos esa resplandecencia es el peligro de una ceguera. La posición de los ojos debe ser tal cual a la de la meditación budista: los ojos entreabiertos; la mirada baja delante de sí, a cuarenta y cinco grados. Este forzamiento del ver, del querer ver al punto de ver lo mínimo se plantea de una a primeras en la obra Ojos Abiertos Ojos Cerrados. Hay un anonimato en el primerísimo plano de las espaldas de las bailarinas y su blablá indistinguible bajo una luz blanquecina, que conviven con el anuncio de la asistente de sala: al final se les abrirá la puerta para que abandonen la sala cuando se cansen de ver la obra, que seguirá eternamente.
La ejecución de Ojos Abiertos Ojos Cerrados como foto-grafía del cuerpo fuerza a la danza a lo que no se puede ver. “La danza no es un espectáculo”, es la gran tesis de Alain Badiou, en sus meditaciones sobre la operatoria de las verdades de la danza.  Y la indagación de Ojos Abiertos Ojos Cerrados se cierne sobre ello con suma intensidad hasta vérselas con la dificultad del ver en la danza. Lo que esta obra puntualiza y verifica de la verdad de la configuración de la danza contemporánea es que el ver es un asistir. Lo que en el lenguaje de Badiou se traduce en el “sitio acontecimiental”. La obra asiste a la visibilidad de un lugar -las paredes blancas y manchadas de la sala del Excéntrico de la 18°, súper iluminadas con bombitas de hogar. Para hacer visible un movimiento asistido entre dos bailarinas distribuyendo brazadas, sostenes, lanzamientos, relanzamientos, reposicionamientos, recorridos, corridas, cooperaciones encastradas, enfrentamientos, acercamientos, miradas de cortesía, seguimientos, maniobras articuladas, amarres y agarres en su intento de ser dos.
Asistir, hacer sitio, diseña el deseo de la obra y ficcionaliza su modo de gozar. Asistir la grandeza de una mano, por ejemplo. Asistir un caminar en la escena. Asistir la imagen de una bailarina yaciente, que hay patear y engarzar para ver si está viva. Asistir el silencio de la ejecución con la puntuación del sonido musical concreto. Asistir el sostenimiento de la gravedad de la otra bailarina, que se desinfla escandidamente como un poema. Asistir, finalmente el automatismo lógico del último movimiento, que se adhiere a la violencia del dejar la sala y desistir de la obra.